viernes, 2 de mayo de 2008

Neurociencia y Psicoanálisis


Parecen irreconciliables y antagónicas, pero dos suizos han avanzado en acuerdos para tender un puente entre ellas। Marcelo Rodríguez Especial

Desde que en 1920 el médico vienés Sigmund Freud decretara el divorcio entre psicoanálisis y neurología, bajo el argumento de que los conocimientos de entonces sobre la actividad neuronal no le alcanzaban para dar cuenta de sus complejos estudios y teorías sobre la psiquis, ambas disciplinas no habían vuelto a convivir. Sólo la psicología cognitivo-conductual se nutrió del gran avance de la neurobiología en los últimos 20 años, con la resonancia magnética y la tomografía por emisión de positrones (PET), tomando imágenes del cerebro en funcionamiento. Sin que eso haya cambiado demasiado, hay investigadores que trabajan para restablecer el contacto, y aseguran haber encontrado un puente justamente en uno de los conceptos más avanzados de las neurociencias: el de plasticidad cerebral, que es la capacidad de las neuronas de regenerarse y de establecer diferentes conexiones entre sí, creando asociaciones nuevas y deshaciendo otras. La plasticidad cerebral es el descubrimiento que le valió el Nobel de Medicina a Eric Kandel en 2000; los escasos pero avanzados trabajos que buscan puntos de contacto entre este y el psicoanálisis, que en la Argentina es la más difundida de las líneas psicoterapéuticas, están siendo sintetizados por los especialistas suizos François Ansermet –psicoanalista, profesor de psiquiatría infanto juvenil en la Universidad de Lausana– y Pierre Magistretti, doctor en Biología de la Universidad de California, estudioso del metabolismo de la energía cerebral, autor de más de 100 trabajos científicos y premiado en 2002 por el Instituto Max Planck de Munich con la medalla Emil Kreppelin. Ambos protagonizaron un seminario organizado conjuntamente por la Asociación Psicoanalítica Argentina y la Fundación Favaloro en Buenos Aires. La huella en la memoria. Nuestras 100 mil millones de neuronas, cada una de las cuales puede establecer a su vez hasta 10 mil conexiones independientes llamadas sinapsis, a través de las cuales se transmite el flujo nervioso, no están asociadas entre sí definitivamente. Esas conexiones cambian a lo largo de la vida del individuo. Ansermet explica que en las neuronas queda una memoria de esas sinapsis aunque éstas desaparezcan, e identifica a estas huellas sinápticas con las huellas mnémicas ("de la memoria"), los recuerdos conscientes e inconscientes con los que trabajan los psicoanalistas. Esas huellas aparecen asociadas o disociadas entre sí conformando una especie de "mapa" de las conexiones neuronales, y tienen que ver tanto con otras ideas o recuerdos como con estados de ánimo, sensaciones de placer y displacer e incluso con estados somáticos o fisiológicos, ya que todos ellos son regulados por el sistema nervioso central en el cerebro. Tomando distancia de la línea dominante en los estudios sobre la conducta, estos especialistas sostienen que en el ser humano no sólo el mundo exterior debe ser considerado como proveedor de "estímulos", sino también el mundo interno. Por eso un recuerdo o pensamiento –fisiológicamente, una "huella" que involucra a algunas neuronas del cerebro– "conecta" inmediatamente con estados de ánimo, con otros recuerdos o con estados psicosomáticos, lo mismo que un hecho actual. Esta sería, muy grosso modo, la razón de la función terapéutica del psicoanálisis, la "cura por la palabra": mediante el trabajo en la terapia, las asociaciones entre las huellas pueden cambiar, asociarse libremente con otras, de modo que el pensamiento y la palabra se convierten –no sin riesgos– en "estímulos" capaces de reacomodar ese mapa que asocia determinadas ideas a determinados estados. A cada cual su cerebro. El trabajo conjunto de Ansermet y Magistretti se publicó en castellano con el sugestivo título A cada cual su cerebro. La idea no es sólo que no existe un cerebro humano "normal", sino que las redes neuronales se van conformando de forma particular en cada persona a través de su experiencia. Las experiencias cercanas al nacimiento inscriben huellas mucho más estables e inaccesibles, por ejemplo. Pero en general las conexiones neuronales pueden reorganizarse y por lo tanto, modificarse las huellas. Y van más allá: tampoco existe una respuesta "normal" de un mismo sujeto frente a un estímulo, porque así como el filósofo griego Heráclito decía que como el agua fluye "nunca nos bañamos dos veces en el mismo río", nadie afrontaría la misma experiencia ni pensaría dos veces con el mismo cerebro. Programado para ser libre. Para Ansermet, el descubrimiento de la neuroplasticidad prueba que el sujeto está "programado para ser libre" o, como también dijo, "estamos genéticamente programados para no estar genéticamente programados". La objeción fue que también el cerebro de los animales cuenta con el mecanismo de plasticidad neuronal –de hecho, según se ocupó de recordar Magistretti, el descubrimiento se hizo estudiando a los ratones–; el chiste fue que ése es problema de las neurociencias, no del psicoanálisis. En efecto, sobran incógnitas, como hasta qué punto gente de ambas disciplinas podrá seguir trabajando en conjunto, y si siguieran, para qué serviría. De hecho, advirtieron que "explicar una disciplina con los conceptos de otra llevaría a un reduccionismo que empobrecería a ambas a la vez". Ansermet advirtió, además, que esa libertad humana no debe confundirse con omnipotencia ni con azar: "El hecho de que las huellas sinápticas puedan recombinarse constantemente no significa que no prevalezca la continuidad, que es la que posibilita la existencia del sujeto". Aquí, simplificando, los números hablan por sí solos: 100 mil millones de neuronas por 10 mil sinapsis cada una, y sólo algunas pocas cambian cuando se "recombina una huella". Evidentemente somos libres, pero la libertad no se manifiesta continuamente en nuestra vida.